lunes, 30 de marzo de 2009

EL PROFESOR

Había explicado cien veces que el ser humano es social y que la calidad de su existencia depende directamente de las conexiones que establece a través del lenguaje, pero la única vez que se enamoró, no se atrevió a decirle nada.

viernes, 27 de marzo de 2009

ESTUPIDECES

No paraba de hablar y comer al mismo tiempo. En dos horas, me contó un año de estupideces y hasta tuve que pagar la cuenta. Luego, pretendió venir a casa y aplastarme contra las sábanas para aumentar su ego. Destruirle la cara contra la almohada fue la única forma de liberarme. Hay tipos, señor comisario, que no entienden que dos copas de más no son suficientes para seducirme.



(Ejercicio para la tercera clase de escritura creativa en FNAC. De la serie, tres micros, tres crímenes)

 

miércoles, 25 de marzo de 2009

OJOS QUE NO VEN, CORAZÓN QUE NO SIENTE

Era ciego de nacimiento. Cada tarde, esperaba el sonido de la ducha de Clara pegando su torso al cristal de la ventana. Clara con braguitas de seda, sin ligas, sin corsé. A través de la ventana entreabierta intuía la friega para arrancar los abrazos soldados, los sudores, las mentiras. Fantaseaba con su pecho almidonado, la espalda mojada, la entrepierna tersa, y todo cabía en sus manos. Algún día llamaría a su puerta y se atrevería a escuchar cómo se acercaban los pasos desnudos. Esperaría a que Clara apareciese recién salida de la ducha, con la melena húmeda mojando la seda de la bata. Y se atrevería a decirle que era el vecino ciego del número 12 que todas las tardes la espiaba.

Pasó un año y Clara se marchó con alguien que pagó lo justo por sus besos. Pero el enamorado siguió pegado al cristal. No le importó que su nueva vecina no se llamase Clara.

Relato Corto. Taller de Escritura FNAC. 24 de marzo de 2009.

Estamos en la mitad de un ciclo de cuatro conferencias que imparte Rafael Caumel en FNAC, en torno a escritura creativa y microrrelatos. Para animar a los asistentes a escribir, en el primer encuentro, que tuvo lugar el pasado 10 de marzo, Rafael nos propuso construir un relato buscando información en algún periódico o a partir de un refrán popular. De la segunda propuesta, nació mi interés por el "irrefrenable español" http://www.fotolog.com/1080recetas

La primera propuesta nació en fotolog. Aquí os presento la versión mejorada.

sábado, 21 de marzo de 2009

UNA BONITA HISTORIA DE AMOR

Me camuflé en la biblioteca buscando tregua al sol excesivo adelantado al mes de marzo. Supuse que a esa hora, más propicia para unas cañas que para unos libros, mi refugio estaría vacío. Me equivoqué. Crucé la sala despacio esquivando miradas y me senté de espadas al ventanal del fondo, junto a una rubia en tirantes que leía un libro. Fue la única que no se inmutó. Respeté la mochila sobre la silla de su derecha y alcé la mía para evitar distraerla. Ubicado y con el muestrario de test expandido sobre la mesa, descubrí que se entretenía volteando una entrada de cine entre los dedos. Al quinto intento, fijé el nombre de la sala y el título de la película. La suya tampoco estaba numerada y tan sólo me había adelantado un par de días para ver “El Lector”. Recordé la obsesión de Hanna, su protagonista, e imaginé que la joven desconocida también penaría escuchando historias de amor. Tras soñarlo, retomé el estudio sin ganas y a la quinta equis, me volví a despistar. La culpable se giró para buscar una carpeta en la mochila y nos cruzamos. Tenía los ojos verdes, cargados de puntitos (que lo mismo eran grises o malvas o verdes también) y la sonrisa pequeña. Me observó sin mirarme y sonrió regresando al libro y aplastando la entrada de un golpe certero. Mi manía a cuestionarlo todo y a no creer en el destino, chocó de frente con la segunda casualidad. Al pasar los folios de la carpeta comprobé que usábamos la misma impresora y reciclábamos las hojas de muestra que estampaba la dichosa máquina, cada vez que iniciaba una nueva impresión. ¡Oh capitán, mi capitán! Tan sólo faltaba que estuviese leyendo a Whitman, pensé. Pero la rubia y sus ojos moteados seguían ignorándome. Regresé a mi infatigable misión de opositor cuarentón asumiendo la derrota y entonces volvió a ocurrir. Utilizó un puntafina turquesa para subrayar sus apuntes, rodeando con un círculo certero cifras y porcentajes. Miré mi stabilo del mismo color y me giré acalorado para ocultar la cara de panolis y convencerme de que no estaba soñando. Uff… Ya iban tres.
El calor o el hambre comenzaron a nublarme la vista cuando, la belleza rubia se levantó ajustando una falda de tablas que aireaba las mejores piernas tostadas que podía merendar. Embutidas en unas medias café rodearon la mesa hasta un contenedor para reciclar papel situado enfrente. Se agachó aplastando una montaña de hojas, recortando la distancia entre la falda y las bragas y no pude evitar forzar las dioptrías y mostrar las mismas torpezas que a mi oftalmólogo. Entonces ocurrió. Una carrera de puntos blancos comenzó a extenderse por el muslo izquierdo a una velocidad extrema paralizando mis pulmones hasta la pantorrilla. Cerré los ojos y me castigué recordando las opciones de la pregunta once. Aquello era demasiado para un soltero mediocre y solitario. La desnudé al completo encomendándome a todos los santos que rezaba mi anciana madre y convenciéndome de que no podía ser cierto. Sus ojos moteados, su melena, su falda, sus muslos… Me levanté azorado para prestarle ayuda sin saber qué decir y al girarse chocamos en el mismo gesto.
-Perdona, tienes una… (me miró por primera vez) carrera en las medias.
Se palpó en el sitio exacto, girando el cuello, obligándome a colarme en sus tetas donde reposaba una diminuta cruz de madera. Me miró sorprendida (sus ojos se agrandaron y se llenaron de manchas) y, sin mediar palabra, se acercó a la mesa, enganchando la mochila a un hombro y sujetando la carpeta y el libro en la mano contraria. El tiempo se detuvo, las casualidades dejaron de existir y aquella Lolita endiabladamente guapa escapó con la misma rapidez que habían saltado los puntos en sus medias. Sin ánimo para rechistar, regresé aturdido a la mesa del panolis, retomé la pregunta once y prometí olvidar lo que podría haber sido una bonita historia de amor. 

Relato Corto. Taller de Escritura. 21 de marzo de 2009.

(En esta ocasión, el ejercicio consistía en escribir un relato teniendo en cuenta la iluminación, es decir, cómo contamos la escena; A veces, pretendemos deslumbrar al lector, con palabrería y circunloquios que no llevan a ningún sitio y otras, lo dejamos a oscuras, porque iluminamos mal la escena, dando por supuesto, que el lector maneja ciertas cosas que conocemos. Para aprender a iluminar teníamos que construir una historia de las tres formas, con exceso, con defecto y con lo que consideramos iluminación justa. Ésta es la tercera versión)

Dedicada a Isidoro

http://aparienciasyvirtualidades.blogspot.com

un maestro de la iluminación de objetos... Fue inevitable, pensar en él.


sábado, 14 de marzo de 2009

LA HORMIGA, LA CIGARRA Y LA CRISIS DEL SECTOR


Yo tuve un negocio de postales con dos empleadas.

La una se pasaba el día enterrada en papeles. Tenía las mejillas acartonadas y la nariz afilada soportando unas lentes redondas que bailaban noche y día sobre un desfile de números rojos interminables. Se preocupaba por la economía de la empresa. Por la mala economía de la empresa. A veces, las cuentas iban tan mal que ponía dinero de su bolsillo para mentirme sobre las ventas. -Han sido cinco- suspiraba al teléfono -Para ser lunes…- Luego enmudecía hasta que me escuchaba asentir con sus propias palabras -Claro, para ser lunes…-

La otra, sonrosada y cantarina, alegraba las mañanas de invierno contagiando de color los días sin sol, sin sabor, sin clientes y sin beneficios.

-Niña, alegra esa cara- le decía la otra a la una contando maravillas sobre el último estreno de cine, las delicias del menú vegetariano compartido con su profesor de yoga o los cuarenta y seis minutos cabalgando sobre su nueva conquista.

Los días que cerraba caja (muchos menos que su infatigable compañera) era la encargada de mentirme sobre las ganancias del negocio. -Hola Marina ¿qué tal va todo? Por aquí es casi primavera ¿Te he dicho que en casa ya huele a azahar? Cristóbal te echa de menos. Ha retirado de la carta el Hendrix con pétalos de rosa porque no soporta servirlo para otra que no seas tú… Ya sabes cuánto le gustas…

La dejaba hablar y chisporrotear como el gas de la coca-cola, escuchando encantada sus palabras efervescentes.

Con ella nunca hablé de ingresos. Al menos, en términos económicos. Me contaba cómo y cuándo el señor alto inglés con acento alemán se enamoró del Klee de los circulitos pequeños y compró postales para su nieta; o lo que había ganado el Rothko desde que lo cambiaron de sitio y absorbía el sol filtrado por la ventana; o las felicitaciones anónimas del blog por las novedades de la nueva temporada.

Llegó la primavera y “El rincón de Marina” celebró su primer cumpleaños con una vela prestada y nuevos reclutas para el regimiento rojo. Seguíamos en bancarrota.

Ese día, la una, prefirió quedarse en la trastienda haciendo balance de la temporada y la otra, lo celebró con el único cliente fiel que no nos había abandonado. Cristóbal, el encargado del bar de enfrente, llevó la botella de Hendrix a la tienda y lo sirvió con finísimas rodajas de pepino en unas copas de cóctel azul cobalto. Se cruzaron los brazos (según me contaron luego) y brindaron por el futuro. Pero el conjuro no funcionó.

Al mes siguiente, el banco me obligó a hipotecar el negocio. Intenté compensarlo minimizando costes y congelando los sueldos. Tampoco sirvió. Ni siquiera el tres por dos nos libró del desahucio.

El martes pasado me decidí. Me decanté por una de mis empleadas. Me hubiese gustado apostar por la otra, la sonrosada y cantarina, si la una no hubiese suplicado compasión por los días de sacrificio sin beneficio, las noches en vela y la extrema fidelidad a la causa y, sobre todo, si la otra no me hubiese animado a emprender nuevos proyectos, asegurado que seguiría bien y agradecido las merecidas vacaciones.

No sé por qué lo hice. No fue la solución. Esta mañana, me llamó Cristóbal para contarme la irreversible desgracia de la una. Él mismo se ha encargado de colgar el cartel del cierre definitivo por defunción.

Al final, el prozac, tampoco pudo salvarla. 

Relato Corto. Taller de Escritura. 14 de marzo de 2009.

(En esta ocasión, el ejercicio consistía en escribir un relato sin temor al "plagio creativo", reformulando un cuento, una historia contada o una fábula conocida.  Yo elegí a La Fontaine y su archiconocidas cigarra y hormiga; siempre deseé cargarme a la hormiga...)


miércoles, 11 de marzo de 2009

SAN VALENTÍN


Sonó el teléfono, me libré a jirones de las sábanas  y reconocí su voz.

-¿Ana? Soy Valentín. Tu compañero del Instituto. Conseguí tu número en Asuntos Sociales. Expongo en Madrid la semana próxima. Tengo galería en Arco y me encantaría volver a verte.

El sueño me golpeó en las sienes. Apareció tan nítido que colgué.


Hacía más de veinte años que no nos veíamos y convencí a Raúl para que me acompañase. Diluviaba y me calcé las botas con doble calcetín para evitar calarme. El taxista nos recogió a las ocho y recitó un aburrido monólogo sobre el mal tiempo, su suegra, la crisis y los tramos en obra sin finalizar. Media hora más tarde llegamos a la dirección indicada. Nos recibió un grupo deslucidos por el aguacero que vencía las varillas de los paraguas y empapaba las medias de las más valientes. Buscamos refugio en un portal cercano que rezumaba agua por un canalón oxidado junto a un ventanal sin luz. Raúl me abrazó. Los demás edificios también estaban a oscuras. Ninguno parecía habitado. Valentín no tardó en aparecer. Se presentó ignorando al resto con paso firme y sonrisa planchada. Lo encontré distinto. Más pequeño, encogido. Mimetizado con los enanos de los reportajes fotográficos publicados en prensa. Llevaba años cotizando fama por sus arriesgadas propuestas estéticas. Me besó en la mejilla. Un solo beso. Y enseguida se aferró a las maravillas de nuestra adolescencia.

-Los mejores años- repetía, mientras recordaba el maratón de cine que nos mantuvo aferrados hasta el amanecer de un catorce de febrero sin hacer novillos; y el asalto al kiosco desvalijado previamente por los listillos de COU; y el grafitti de margaritas que hicimos para celebrar la primavera. Enrojecí. No me recordaba tan cursi.

-Tan delicada como un soplo en la mejilla- añadió apretándome las manos e ignorando la presencia de mi marido.

Insistió en recuperar el tiempo y me arrastró entre el bullicio sin turno para despedidas. Raúl no se movió. Le perdí a pocos metros de la entrada. Un catorce de febrero palpitante e intencionadamente rojo anunciaba el evento. La recepción, tapizada de estampado retro estaba provista de una tropa de camareros rapados, con el culo al aire y el pito tatuado perforado de aretes. Volví a enrojecer. Ofrecían cava y salmón, pero no probé nada. La luz, roja también, seducía desde el centro, emitiendo reflejos desde una bola gigante giratoria.

-Sígueme, te va encantar.

Me condujo por una red de pasadizos y combinaciones que temí no saber desandar. Los pasillos estaban atestados de fotografías. Me sentí observada por una multitud de personajes en sepia posando a la antigua. La luz cambió en el último tramo. Viró a blanca y me deslumbró.

-¡A que te encanta!- dijo sin mirarme ni esperar respuesta  -He tardado meses en agrupar y montar la escena. Es la estrella de la exposición. He pensado que te gustaría participar en la performance que estoy preparando.

Hablaba rápido, gesticulando con los brazos en alto, como arengando a las masas. Dejé de escucharle. El espectáculo era dantesco. Una cocina infectada con fogones chorreados de pasta y caldos fétidos, centraba la escena. Me tapé la boca para contener una arcada y prosiguió el discurso.

-Lo sabía. Sabía que morirías de expectación.

Pensé en mis viejos, mis pobres asistidos que acumulaban basura sin control, pero aquello superaba cualquier caso de Diógenes demencial. Repasé la montaña viscosa de desechos devorada por las ratas que compartían festín con los gusanos y las moscas. Una fauna imposible que arruinaba mis esperanzas de salir inmune de aquel antro espeluznante.

-Siéntate Ana- dijo acercándome un taburete de terciopelo que no encajaba en el resto -Estaré listo enseguida. Te servirán lo que gustes.

–Valentín- era la primera vez que pronunciaba su nombre.

-¿Sí?

-Raúl está en la puerta- atiné a decir.

-Chicos- palmeó llamando a su séquito -Atendedla en todo. Cientos de honores para mi dama- pronunció mientras forzaba una reverencia y abandonaba la sala.

Desapareció y comenzó la tortura. Los mafiosos de la entrada me arrastraron en volandas y, en segundos, me arrancaron los vaqueros y los calcetines; los dos pares. El chubasquero, las bragas y el sujetador. Forcejeé y llamé a Raúl, pero fue en vano. Me depositaron en una bandeja gigante insoportablemente fría. No podía respirar, o sí, pero no quería. El roce del metal me producía escalofríos. Me abracé contraída, intentando proteger los pechos menguados sin sostén, sin alivio. Todos giraban a mi alrededor, en una extraña danza que ignoraba mis súplicas. Se besaban. Se mordían. Se lamían los pitos tatuados gruñendo bajezas y arrancándose orgasmos. No recuerdo el tiempo que pasé tiritando hasta que rompí a llorar. Desesperada, desfigurada. Y como en la mitad de los thriller, cuando adelanto el final y destrozo al guionista, visualicé el futuro y presentí mi muerte. Moriría a manos de los sicarios viciosos enviados por el psicópata que había ideado la bacanal, el compañero adolescente que compartía mesa en el Instituto. Valentín; el mismo que rechacé la noche de cine sin palomitas. Me ovillé ocultando la sospecha entre las piernas y estallé en un grito animal que deshizo el resto.

 

-¿Estás bien Ana?- preguntó Raúl contemplando mis ojos desencajados.

-He tenido un sueño. Este año no quiero ir a Arco.

Contuve el aliento, Raúl me abrazó y me desmayé. Juraría que no habían pasado más de veinte años. 


Relato Corto. Taller de Escritura. 7 de marzo de 2009.

(En esta ocasión, el ejercicio consistía en escribir un relato siguiendo una red de palabras encadenadas realizada por los componentes del taller. La mía contenía frases como "lágrimas de impotencia", "una tostada negra carbonizada" y "la del puchero, bien apretadita, está para chuparse los dedos").

Las imágenes pertenecen al artista Carlos Aires (Ronda -Málaga- 1974)

Por cierto, el sueño es real... ¿Me estaré enfermando?