sábado, 13 de junio de 2009

CENTRIFUGADOS

El microrrelato centrifuga una historia y la lanza al centro de nuestra imaginación, poniéndola a trabajar de inmediato. Con palabras concentradas, envolventes e indiscretas nos señala con el dedo situaciones en las que nos reconocemos. A veces, mediante la ironía que nos invita a sonreír, otras desde el aroma sutil del recuerdo o con la sorpresa de invertir la lógica y experimentar con el lenguaje.
En un tiempo caracterizado por las mordeduras de las prisas y el poder anestésico de la rutina, no hay nada como una dosis de relatos breves y certeros, libres de aditivos y conservantes, sin derroches ni ostentaciones. Sólo un puñado de palabras despojadas de cualquier elemento expositivo que las perturbe; narraciones reducidas a lo indipensable que avivan el espacio y despliegan en la mente todo su pontencial.
Un regalo lo suficientemente atractivo como para desear que esta muestra de microrrelatos organizada por el Taller de Escritura Paréntesis sea la primera de muchas otras que recojan y expresen la inquietud, ingenio y sabiduría que estos escritores ponen en práctica para lanzarnos un guiño y emocionarnos desde una distancia corta capaz de mostrar lo esencial de la complejidad humana.

Ana Robles
Comisaria de la exposición







sábado, 6 de junio de 2009

PREMIO OROLA DE VIVENCIAS

Finalmente, entre las 2045 vivencias presentadas al III Premio Orola de vivencias, la mía quedo semifinalista en la novena posición ("La mudanza") y aparecerá publicada en otoño en ese mismo puesto, en un libro que recogerá las 150 mejores.
Estoy tan feliz...

LA MUDANZA
Apenas subía seis palmos del suelo cuando mi tía me dijo que tenía que irme a vivir con ella. Yo pregunté por mi hermano, mis padres y mi tortuga, pero ella cambió de tema y me subió los calcetines. Miré hacia atrás y conté los escalones. Me gustaba saltarlos de dos en dos de la mano de mi hermano. La puerta estaba entreabierta y unos desconocidos con gorra y mono azul trasladaban cajas y muebles desde mi casa hasta un camión enorme aparcado enfrente. Volví a insistir y esta vez mi tía me dio un beso en la mejilla y me ató la bufanda. “Ya verás lo bonita que es tu habitación nueva. Tiene hasta un árbol de Navidad con tu nombre”. Luego me abrochó el abrigo, me ajustó las coletas y me acompañó al coche.
Esa noche y las siguientes no dormí nada. El parpadeo de la estrella no sirvió para velar mis sueños.