viernes, 23 de octubre de 2009

DISTANCIA

El puerto está en obras. Un desfile de camiones enturbia el horizonte, otras veces naranja. Huele a lluvia. El más cercano al espigón maniobra hacia atrás siguiendo las instrucciones de un obrero que repite mecánico el proceso. Son las ocho de la mañana. Bea ajusta el volumen de su Ipod y entorna los ojos con la primera canción. Piensa en Marino y se frota los ojos. El obrero se detiene y el camión lanza el cargamento de piedras al agua. Bea aprieta los labios y destierra el pensamiento hundiendo las zapatillas en el asfalto. Calienta tobillos, estira las piernas y comienza a correr. El alud salpica sobre la bruma espesa y se queda en el estómago. Bea contiene el aliento y fija la mirada más allá del puerto, detrás de la niebla. El camión recupera la posición inicial, repliega la plataforma y regresa despacio hasta el cruce. Bea se detiene, observa el reguero de huellas sobre el suelo embarrado, le cede el paso y cambia de canción. Marino busca el gato en la lavadora, gira el tambor vacío sin pensar qué hace e intenta no pensar en Bea. El gato es su regalo. Su regalo de despedida. “Déjalo maullar” dice la nota “Yo no pude soportarlo”. Siete meses después, el possit sigue en la nevera. Intacto. Marino grita su nombre y revisa los cajones. Remueve la tierra de las macetas, desenrosca las lámparas, vacía las papeleras. Bea siente frío en el pecho, pero acelera. Adelanta a una pareja de atletas sincronizados y a un par de perros que escoltan al trote a su dueña. El gato no aparece. La casa saqueada, el pelo revuelto. Marino se arrodilla sosteniendo la cabeza, tapándose, para no gritar. La carrera continúa. Los músculos se tesan, los latidos se disparan. Varios mechones se escapan de su coleta. Marino se esfuerza por odiar a Bea, pero la recuerda sonriendo, fabulando historias, acariciándolo. Sigue sin salir el sol. Bea oxigena los músculos. Aumenta la zancada y se prepara para el spring final. Los charcos tiemblan al paso. Los camiones encojen. Diminutos. Imprecisos. Se alejan llevándose el ruido y acercando la meta. El esfuerzo le seca la boca. Corre hasta el límite. Sobrevuela los últimos metros como un látigo batido con fuerza y aterriza exhausta. Junto al faro. Ha vuelto a superar su marca. Marino los busca en la ventana. A Bea, a su gato. Aprieta el pecho en la barandilla y rastrea en la distancia. Sólo reconoce el faro. Ni siquiera está seguro de haberlos querido del todo.

Relato Corto. Taller de Escritura. 22 de octubre de 2009.

(En esta ocasión, trabajamos la metáfora de situación, anticipando con un símbolo, lo esencial de la escena. Me resultó complicado encajar la metáfora para que no chirriase -sobre todo después de haber leído a Carver-. Al final, creo que más que trabajar la metáfora, disfruté envolviendo a los protagonistas en una atmósfera que encajase bien la historia)

El dibujo, originalmente sobre blanco, es un regalo de mi querida Irati http://1080recetas.blogspot.com/2009/05/y-de-nuevo-la-generosidad-me-alegro-la.html

Su blog http://iratifg.blogspot.com/


domingo, 18 de octubre de 2009

EL SEÑOR X

Versión original

El señor X tiene las manos atadas al cabecero. La mujer no pestañea. Observa el temblor de sus ojos bajo los párpados y respeta el silencio que los separa. No gimen, no hablan. Tampoco se besan. Sólo sudan sobre una fría cama deshecha hasta que llega el grito entre sus piernas, la respiración furiosa, la descarga. La mujer arquea la espalda. El señor X se desvanece. Blando, blanco, primitivo. Ella lo permite y afloja las nalgas. Después sacude la melena rubia, alarga las uñas y alcanza el puñal. El señor X la mira por primera vez. Perplejo, Asustado. Confunde su nombre. Tarde. Demasiado tarde. La sangre brota del pecho. La mujer no se detiene. No pestañea. Asesta la número trece y termina. Desvalija la caja fuerte y se marcha. Parece sonreír.

Versión cuento

Hace muchos, muchísimos años, un joven y apuesto príncipe se propuso invertir su tiempo y fortuna en encontrar el amor de su vida. Pasaron lunas y lunas, hasta que una buena noche, apareció una bella dama portando la más hermosa de las sonrisas, el más fino de los talles y la más seductora de las miradas. El joven no tuvo dudas y, sin consultar la decisión con consejero alguno, transformó su palacio en nido de amor. Allí, cada noche, la misteriosa princesa disfrutaba de placeres divinos junto a su amado caballero. Y éste, confinado a sus juegos y delicias, olvidaba atender los compromisos reales. Cuentan los más ancianos, que la diosa fortuna, cansada de visitar cada día el mismo lecho, se fue a vivir a otro lado y el apuesto príncipe, rechazando una vez más los avisos de sabios y adivinos, siguió entregado al amor. Pero la desgracia no tardó en llegar y una noche sin luna, la princesa se convirtió en la bruja que siempre había sido, huyó por la ventana y abandonó al caballero que malherido, triste y desangrado, dejó de soñar.

Versión morbosa

Las vísceras colgando, el rostro irreconocible, las muñecas rotas. El cuerpo perforado del Señor X desprende un olor rancio y cremoso a matanza, a podrido, a humedad. El hedor es insoportable. Un reguero de líquidos enmohecidos ensucian las sábanas aflojando las carnes deshechas. Residuos de sangre putrefacta fermentan con restos de piel sudada y semen, mientras un centenar de larvas remueven el cadáver. Al otro lado del planeta, una seductora mujer de mirada pétrea y cuerpo fetiche, perfuma su almohada con Chanel nº 5. De fondo, “la vie en rose”.

Versión monólogo

Trece. Que fueron trece. Ni más ni menos. Y luego dirán que no hubo saña ni ensañamiento y le llamarán locura transitoria al tiempo que gastó la tipa en destrozarle la vida al pobre imbécil. Con lo guapo que era… Mira que dejarse engañar así. Si hasta se sabía la contraseña. Los trece números, los trece. Que digo yo, que lo mismo, mientras le clavaba el puñal pensaba en la clave para después… ¡Qué barbaridad!. Una escabechina. Para que luego digan que en este pueblo nunca pasa nada. No, si cualquier día… Ya lo vengo diciendo. Que esas rubias larguiruchas no traen nada bueno, que no son de fiar. Con esos labios tan rojos y esos ojos tan claros… Donde se ponga una morenaza fuerte, con el culo gordo para engendrar zagales… Si es que se está perdiendo lo bueno. ¡Ay Dios! Y yo, soltera y entera. ¡Qué divina desgracia!

Versión noticia

Con trece puñaladas en el abdomen, maniatado y desnudo, encontraron ayer las autoridades el cuerpo de un hombre cuya identidad aún está por confirmar. La autoría del crimen podría recaer sobre una joven mujer rubia que, según testigos presenciales, abandonaría el domicilio portando un maletín oscuro, altos tacones y un vestido ceñido de color negro. Fuentes policiales barajan el robo como posible móvil del crimen. No se descarta la venganza pasional.

Relato Corto. Taller de Escritura. 15 de octubre de 2009.

(En esta ocasión, el ejercicio consistía en utilizar varios narradores para versionar una misma historia desde distintos puntos de vista. Disfruté muchísimo de la frialdad del narrador original, el estilo Mantis Religiosa -como me gusta llamarlo- de frases cortas y palabras directas, con una visión cámara para contar la escena sin implicarse; confieso que también me encantó el morboso; lo de remover llagas, tiene su gusto...)

viernes, 9 de octubre de 2009

EL JARDÍN DE LA SEÑORA DUBOIS

-¿Y dice que se le ocurrió sin más?

-Sí.

-Entonces ¿Es consciente de lo que hace?

-Jardinera.

-¿Cómo dice?

-Se define como florista-jardinera.

El periodista observa la pose gatuna tras el cristal. Se alegra de que no pueda verle ni escucharle. Las manos sobre el regazo, las rodillas barriendo el suelo. Los pliegues de la falda revelan una musculatura ágil, pequeña.

-Me gustaría consultar su historial -añade anotando algo en la libreta.

Ajena a la conversación, la anciana se levanta recogiendo la falda para no tropezar, acaricia el gato que descansa a su lado y desaparece atravesando una cortina de madera en tiras con dibujos geométricos. Su sonido acorchado amortigua los pasos.

-Me temo que esa información está restringida –matiza la enfermera frotando sus manos.

La mujer regresa a la estancia con un ventilador bajo el brazo. Se sienta sobre un taburete azul, lo apoya en el suelo, recoloca las manos sobre la falda y entrelaza los tobillos aireando un par de sandalias con cintas de seda. El gato, ni se inmuta.

-La señora Dubois lleva con nosotros desde el noventa y dos. Llegó a través de una vecina que avisó a los servicios sociales por abandono.

El periodista la observa con extrañeza.

-Presenta un aspecto cuidado -apunta fijándose en el laborioso recogido que ondea en su espalda.

-Toda la ropa es de diseño propio –precisa la enfermera-, nos sorprende cada mañana con un vestido distinto, se inventa peinados… En fin, ya ve… Atípica de verdad.

-Entiendo. Y ¿los ventiladores? –pregunta, alzando el bolígrafo con expresión curiosa.

-Comenzaron a desaparecer el verano pasado.

-¿Los robaba?

-Primero del comedor; luego, de la cocina, las salas comunes… En menos de una semana había desvalijado la residencia al completo.

-Y… ¿Nadie se dio cuenta?

-Pues…

-Pero eso es ridículo –añade observando el gato que endereza el rabo, curva la espalda y se pierde entre flores. La mujer lo llama, pero no responde. Pausada, regresa a sus pinceles y se centra en los contornos de un lirio salpicado de vetas amarillas junto al nuevo ventilador. Dos peonías de enormes aspas coloradas se alzan al fondo. Junto a ellas y, entre tulipanes, florecen orquídeas sujetas a un rosal que gira en el techo.

-No me pregunte cómo logró convencernos –prosigue la enfermera sin dejar de observarla-, su psiquiatra…

-¿Es peligrosa?

-¿Cómo dice?

-Que si…

-En absoluto –corrige molesta por las continuas intromisiones de su interlocutor-. Su psiquiatra, le decía, la citó para aclararlo, pero ella aseguró que se trataba de un encargo que nos reportaría enormes beneficios. El caso es que lanzamos una circular.

El periodista frunce el entrecejo. Observa a la anciana y cae en la cuenta de que esperaba encontrarse con una viejecita enferma, senil.

-Primero a nivel interno, luego local, por radio, televisión y hasta conseguimos…

Deja de atenderla, duda… ¿Realmente no puede vernos? ¿Ni escucharnos?...

-Electrolux y Rowenta firmaron un convenio para financiarnos. Luego, como ya sabe…

¿De dónde habrá sacado las sandalias?

-Saatchi Gallery.

-¿Perdone?

La enfermera se percata de su falta de atención, frunce el ceño y comenta sin ganas -el traslado está previsto en un par de meses.

-Pero… ahí debe de haber cientos… -interrumpe.

-Ciento setenta y dos.

-Va… vaya –balbucea mordiendo el bolígrafo y ocultando la libreta en el bolsillo trasero del pantalón-, y… ¿funcionan? –pregunta empapando el cristal de vaho.

-De momento probamos secuencias alternas. Imagine la potencia que desprenderían todos juntos. De la instalación se encargan los patrocinadores. Con lo que lleva trabajado, esta buena mujer, bien merece un descanso.

La enfermera mira el reloj y se frota las manos.

-Bueno, pues con esto… -se rasca la cabeza-, acabo. El artículo saldrá el lunes. Si me permite un par de fotos –añade hurgando en la mochila que sujeta entre las piernas.

La enfermera asiente.

-Muy bien.

El periodista extrae un objeto envuelto en un pañuelo blanco. Lo abre con cautela y saca una pequeña caja agujereada, pintada de negro. Simula el enfoque manipulando un rollo sin papel higiénico y presiona un lacasito rojo accionando el muelle que dispara un falso canario.

-Clock –apura fingiendo el sonido del disparador sin variar la expresión del rostro-. Clock, clock, clock… ¿No lo nota?

La enfermera se gira aguzando el oído.

-¿El qué?

-El sonido de la cámara.

Termina su trabajo y devuelve el artilugio a la mochila.

-No entiendo como algunos prefieren trabajar con digital.

Y sin esperar respuesta, carga su equipaje al hombro, lanza un beso a la pintora y abandona la sala.

-Grado seis -murmura la enfermera accionando el busca-. Varón, treinta y seis años. Requiere atención inmediata. Urgente.

Relato Corto. Taller de Escritura. 8 de octubre 2009.

(Después de un verano de sequía y continuo remoloneo entre salitre y arena... regreso con nuevas historias gracias a la disciplina impuesta por mi querido profe para este curso. El punto de partida ha sido el extrañamiento. Cuestionar nuevos usos para objetos cotidianos, insistiendo en el poder de la percepción y la necesidad del escritor de observar su entorno como el extraño que es en él para cazar nuevos puntos de vista. Yo he tratado de camuflar ventiladores y convertirlos en protagonistas de un jardín fresquito. Mi personaje, en cambio, prefirió sorprenderme creando un artilugio-cámara mucho más ingenioso... Empiezo a sospechar, que estos impredecibles, siempre se revelan...)