jueves, 11 de febrero de 2010

Se llama Pura y quiere Shangai

Cuando era pequeña me invitaron a casa de mis vecinas nuevas a jugar a las barbies. Se habían mudado en verano y nuestros padres trabajaban juntos. Las gemelas eran rubias y guapas y llevaban tacones. Yo calzaba botas ortopédicas del veintinueve. La fiesta consistía en disfrazarnos de princesas. Mi padre me compró un vestido de raso blanco con un volante rosa en el cuello y otro en el bajo. Los dos tan tiesos que, por más que se empeñara mi madre en sacarle ondas, enseguida se llenaban de picos, como los collares de perro. Me hicieron coletas y me pintaron los labios. Mi hermana tenía varicela y se quedó en casa. Llegamos puntuales con una cesta de piruletas y varias bolsas de lacasitos. Las vecinas nos recibieron con una gran reverencia, una vestida de verde y la otra de azul y me acompañaron al salón de baile, quitándome los caramelos por el pasillo. El resto de invitadas también llevaba tacones. Las barbies estaban sentadas alrededor de una diminuta mesa con tacitas de plástico rosa y un mantel de croché. Intenté acercar la mía, pero la gemela verde me lo impidió.

—Tu Barbie no lleva tacones —dijo mirándome los botines—. No puede sentarse con las nuestras.

Yo miré a mi muñeca descalza con la corona de cartón que le había fabricado.

—Se llama Pura y quiere Shangai. Es la emperatriz —proclamé alzándola como si fuera un Óscar.

La otra gemela se rió sin entender y mordió una piruleta. Las demás niñas —éramos nueve— no dijeron nada, mantuvieron la distancia de mi cuello punzante y ninguna barbie se acercó a Pura en toda la tarde.

Al día siguiente, desterré para siempre al príncipe azul. Sin que nadie me viera, lancé por la ventana del sexto piso los tacones robados de las barbies gemelas y mi vestido de raso.

Mi madre me obligó a disculparme pero preferí el castigo: renunciar a mi barbie, a sus vestidos y dejar que mi hermana protagonizase las demás fiestas.




La foto es de mi encantadora Missa

http://thriftcandy.blogspot.com/