domingo, 15 de febrero de 2009

LA BIBLIOTECARIA



Conocía de sobra aquel lugar. Los últimos cinco años los había empleado en reponer carteles que aseguraban la conexión Wifi en toda la sala, la advertencia sobre la protección electrónica de los libros o el evidente circulito rojo que prohibía fumar. El más odiado para Julia era, curiosamente, el más deseado por sus compañeros. No había mayor placer, según Carlos, que incorporarse al turno de tarde y remitirse a las normas: “El préstamo está cerrado de 14h al 16h”. Pero ella detestaba el cartel y lo ocultaba siempre que podía porque necesitaba escuchar las dudas de los novatos, el deletreo de las signaturas o el calor de una sonrisa agradeciendo un préstamo. Condenaba el aburrimiento que trepaba por las paredes de las estanterías forradas de libros organizados por colecciones, disponibles para el préstamo o la consulta, o la reserva de ácaros, o el criadero de arañas; o lo que fuera que mantenía todo en su sitio, sin cambiar un ápice, desde no recordaba cuándo. Y aquella tarde, también volvió a cuestionar sus hábitos. Su manía a llegar con antelación para sumar minutos que nunca gastaba en nada, el recuento diario de las hojas del pascuero que se negaba a perder ni una sola desde diciembre y la lectura obligada del parte de incidencias, que repetía episodios tan atractivos como la falta de impresos para el préstamo de portátiles, la fotocopiadora atascada o la premisa de dejar las llaves en conserjería una vez terminado el turno. Era tanto su aburrimiento que, a veces, imaginaba que el carro de la limpieza cobraba vida y los palos de escoba que escoltaban al Señor Pronto, Don Limpio y Mister Pato W.C, se revelaban y huían volando para dejar de barrer las porquerías de aquella tropa de estudiantes malcriados; o que los guantes posados en el asa del carro, como dos manos de plástico inerte, eran un descuido de la limpiadora asesina que ocultaba en la bolsa accesoria el caniche descuartizado de la Rectora. Dejaba así volar su imaginación sobre el jardín de cactus reverdecidos por la luz falsa de los fluorescentes. Aquellos tallos tan vivos, apoyados en el mostrador, que podrían haber sido obsequio de un apuesto alumno al que eximió de condena por no devolver un libro en plazo y, después, la invitó a cenar, y la besó en los labios, y la salvó de jubilarse como actriz principal de aquella obstinada función con demasiadas temporadas. Un lleno absoluto, sí, los meses de exámenes, que protagonizaba con austeridad franciscana, sin presumir de una prodigiosa memoria que recordaba autores que no sabían pronunciar ni los Erasmus, ni sus tutores. Tan sólo, el vaivén de la puerta abatible y sin pomos que recogía la entrada y salida constante del público, el rechinar de alguna silla deslizada por el suelo, el repiqueteo de bolígrafos y el termitero de folios, enfrentaba el mutismo permanente y la sensación claustrofóbica de lo que ella imaginaba sería una copia del fin del mundo. Penaba y soñaba Julia, aquella tarde de febrero inhóspita, deseando que el tiempo detenido se echara a andar, como un bebé estrenando los primeros pasos o balbuceando las primeras palabras. Y entonces ocurrió; organizando los objetos olvidados por los alumnos y  acumulados bajo su mesa, desenterró una pequeña agenda dorada, la abrió al azar y comenzó a leer, desatendiendo a su conciencia.

Escena. Taller de Escritura. 14 de febrero de 2009.

(En esta ocasión, el ejercicio consistía en escribir una escena, introduciendo una descripción del espacio físico y psicológico)


5 comentarios:

  1. Muy buena descripción, yo por lo menos me he visto inmerso y casi casi he llegado a ver detras de la protagonista y olvidado por la modernización de su administración a aquel viejo taco de madera con pincho y tarjeta identificativas de prestamo clavadas a media altura

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  2. como siempre, nos dejas colgados de un suspiro... QUe habrá en la dichosa agenda? Tienes esa virtud...

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  3. Me encanta tu relato, sabes??? a mi me encantaría ser bibliotecaria, durante un tiempo me preparé esas oposiciones, pero hija no hubo suerte y desistí...

    Pero yo quedaría monisima de bibliotecaria con lo sargento que soy, jajajjaja

    Un besito preciosa.

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  4. Como me gusta lo que escribes!guapa!estoy en Sintra, en la cafetería del hotel y el lugar es encantador, un músico toca al piano una relajante melodía y yo me tomo una cañita fresca y leo tu relato ¡¡¡¡esto es la gloria bendita!!!besos lusos

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  5. Sin darme cuenta he aparecido en este espacio tuyo y he pensando: bonito descubrimiento el de este domingo... Me seguiré pasando. Saludos!! ;)

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