viernes, 9 de octubre de 2009

EL JARDÍN DE LA SEÑORA DUBOIS

-¿Y dice que se le ocurrió sin más?

-Sí.

-Entonces ¿Es consciente de lo que hace?

-Jardinera.

-¿Cómo dice?

-Se define como florista-jardinera.

El periodista observa la pose gatuna tras el cristal. Se alegra de que no pueda verle ni escucharle. Las manos sobre el regazo, las rodillas barriendo el suelo. Los pliegues de la falda revelan una musculatura ágil, pequeña.

-Me gustaría consultar su historial -añade anotando algo en la libreta.

Ajena a la conversación, la anciana se levanta recogiendo la falda para no tropezar, acaricia el gato que descansa a su lado y desaparece atravesando una cortina de madera en tiras con dibujos geométricos. Su sonido acorchado amortigua los pasos.

-Me temo que esa información está restringida –matiza la enfermera frotando sus manos.

La mujer regresa a la estancia con un ventilador bajo el brazo. Se sienta sobre un taburete azul, lo apoya en el suelo, recoloca las manos sobre la falda y entrelaza los tobillos aireando un par de sandalias con cintas de seda. El gato, ni se inmuta.

-La señora Dubois lleva con nosotros desde el noventa y dos. Llegó a través de una vecina que avisó a los servicios sociales por abandono.

El periodista la observa con extrañeza.

-Presenta un aspecto cuidado -apunta fijándose en el laborioso recogido que ondea en su espalda.

-Toda la ropa es de diseño propio –precisa la enfermera-, nos sorprende cada mañana con un vestido distinto, se inventa peinados… En fin, ya ve… Atípica de verdad.

-Entiendo. Y ¿los ventiladores? –pregunta, alzando el bolígrafo con expresión curiosa.

-Comenzaron a desaparecer el verano pasado.

-¿Los robaba?

-Primero del comedor; luego, de la cocina, las salas comunes… En menos de una semana había desvalijado la residencia al completo.

-Y… ¿Nadie se dio cuenta?

-Pues…

-Pero eso es ridículo –añade observando el gato que endereza el rabo, curva la espalda y se pierde entre flores. La mujer lo llama, pero no responde. Pausada, regresa a sus pinceles y se centra en los contornos de un lirio salpicado de vetas amarillas junto al nuevo ventilador. Dos peonías de enormes aspas coloradas se alzan al fondo. Junto a ellas y, entre tulipanes, florecen orquídeas sujetas a un rosal que gira en el techo.

-No me pregunte cómo logró convencernos –prosigue la enfermera sin dejar de observarla-, su psiquiatra…

-¿Es peligrosa?

-¿Cómo dice?

-Que si…

-En absoluto –corrige molesta por las continuas intromisiones de su interlocutor-. Su psiquiatra, le decía, la citó para aclararlo, pero ella aseguró que se trataba de un encargo que nos reportaría enormes beneficios. El caso es que lanzamos una circular.

El periodista frunce el entrecejo. Observa a la anciana y cae en la cuenta de que esperaba encontrarse con una viejecita enferma, senil.

-Primero a nivel interno, luego local, por radio, televisión y hasta conseguimos…

Deja de atenderla, duda… ¿Realmente no puede vernos? ¿Ni escucharnos?...

-Electrolux y Rowenta firmaron un convenio para financiarnos. Luego, como ya sabe…

¿De dónde habrá sacado las sandalias?

-Saatchi Gallery.

-¿Perdone?

La enfermera se percata de su falta de atención, frunce el ceño y comenta sin ganas -el traslado está previsto en un par de meses.

-Pero… ahí debe de haber cientos… -interrumpe.

-Ciento setenta y dos.

-Va… vaya –balbucea mordiendo el bolígrafo y ocultando la libreta en el bolsillo trasero del pantalón-, y… ¿funcionan? –pregunta empapando el cristal de vaho.

-De momento probamos secuencias alternas. Imagine la potencia que desprenderían todos juntos. De la instalación se encargan los patrocinadores. Con lo que lleva trabajado, esta buena mujer, bien merece un descanso.

La enfermera mira el reloj y se frota las manos.

-Bueno, pues con esto… -se rasca la cabeza-, acabo. El artículo saldrá el lunes. Si me permite un par de fotos –añade hurgando en la mochila que sujeta entre las piernas.

La enfermera asiente.

-Muy bien.

El periodista extrae un objeto envuelto en un pañuelo blanco. Lo abre con cautela y saca una pequeña caja agujereada, pintada de negro. Simula el enfoque manipulando un rollo sin papel higiénico y presiona un lacasito rojo accionando el muelle que dispara un falso canario.

-Clock –apura fingiendo el sonido del disparador sin variar la expresión del rostro-. Clock, clock, clock… ¿No lo nota?

La enfermera se gira aguzando el oído.

-¿El qué?

-El sonido de la cámara.

Termina su trabajo y devuelve el artilugio a la mochila.

-No entiendo como algunos prefieren trabajar con digital.

Y sin esperar respuesta, carga su equipaje al hombro, lanza un beso a la pintora y abandona la sala.

-Grado seis -murmura la enfermera accionando el busca-. Varón, treinta y seis años. Requiere atención inmediata. Urgente.

Relato Corto. Taller de Escritura. 8 de octubre 2009.

(Después de un verano de sequía y continuo remoloneo entre salitre y arena... regreso con nuevas historias gracias a la disciplina impuesta por mi querido profe para este curso. El punto de partida ha sido el extrañamiento. Cuestionar nuevos usos para objetos cotidianos, insistiendo en el poder de la percepción y la necesidad del escritor de observar su entorno como el extraño que es en él para cazar nuevos puntos de vista. Yo he tratado de camuflar ventiladores y convertirlos en protagonistas de un jardín fresquito. Mi personaje, en cambio, prefirió sorprenderme creando un artilugio-cámara mucho más ingenioso... Empiezo a sospechar, que estos impredecibles, siempre se revelan...)

1 comentario:

  1. Tengo la sensación de que la historia es estupenda pero no es fácil comprender lo que hace la señora con los ventiladores, no está del todo explicado. Tengo la sensación de que lo he entendido del todo más porque tú me lo has contado que por haberlo leído. No sé.

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