sábado, 10 de enero de 2009

PASEAR CONTIGO




La abuela murió de vieja, con más de noventa años y nos legó un montón de trastos concentrados en una sola habitación; la suya. En casa teníamos cinco. Una para papá y mamá, dos más para mis hermanas, la mía y la de la abuela. La suya estaba aislada. Le gustaba estar sola. Dormía junto a la cochera, en un cubículo asimétrico que hizo papá aprovechando las obras del sótano. Estaba llena de fotografías antiguas bajo esas láminas de cristal sujetas por clips que no necesitan marco. Tras el funeral, por ser la mayor de mis hermanas, me tocó guardarlas en una caja y entonces ocurrió. Resbaló de las manos aquella fotografía de sus pies pintados de henna, estalló el cristal y un par de hojas se debatieron en el aire hasta rozar el suelo. Las leí.

París, 18 de septiembre de 2001.

Me encantó pasear contigo. Aquí todo empieza a llenarse de agua; el cielo, las manos, los ojos. Los recuerdos no me dejan pasear por las calles de antes. Ni siquiera sé si esto es bueno. ¿Quieres saber qué se siente? Un prisma cristaliza lo que resta de tarde, el último instante de luz que escapa urgente de un horizonte negro como nunca. La esponja de mi nariz absorbe la humedad que deja lluvia olvidada en los charcos. Estoy asustada. Mi imagen se multiplica sobre la pirámide que me persigue. Siento su peso de años sobre la espalda. Grito de miedo. Alguien sonríe e imagino su rostro atragantado de sombras. Hace frío. Los huesos crujen y el pecho tiembla. Mi rostro se torna de un azul que no me gusta. El aire se satura. La presión me quema los labios y el resto del mundo desparece. Desaparezco. No soy más que un ángulo del prisma que me contiene. Arrastro mis huesos sobre el recuerdo de días mejores y pienso inevitablemente en ti, en tu sonrisa, en tus ojos. Te imagino cerca y el otoño se llena de matices insospechados.

Madrid, 28 de septiembre de 2001.

Empiezo a pensar que todo lo que dices se va a continuar dentro de poco. Dejas un regusto a algo inacabado que promete una vuelta esperanzadora. Cuando quiebras en un gesto de dolor, a la vez estás prometiendo una sonrisa postrera… Hay días que esa sonrisa no llega, pero creas la espera. A veces pienso que debería haber alguna ciudad en el mundo que fueras tú, para perderse dentro. Imagino una Venecia o una Constantinopla como tú, excesivamente anegada de agua en septiembre tras la gota fría, a la espera de soles venideros y de evaporaciones. Me encanta la idea de que seas una ciudad. Puedo imaginar el horizonte rojizo de nubes ensortijadas enredadas en las torres torcidas de las pequeñas iglesias, y en el crepúsculo dos ojos profundos que se camuflan entre los ribetes del cielo. Al final, luces de gas que se encienden intermitentemente entre una brisa fría y prometedora. Una luna salvaje, enorme como una paellera para San Pedro. Y tu voz, en el agua.

Te añoro. Añoro personas humanas. Aquellas donde el otro se convierte en una aventura distinta de uno mismo, añoro “alguienes” con tesoros por descubrir y regalar, libremente, libre-mente… Hablar con alguien que ofrezca resistencia y alternativa, alguien capaz de inventar mundos que nunca habría conocido de otra forma. Y no hablo de idealizaciones extramundanas. Estoy en el mundo, soy del mundo y conozco los temores y las perezas que nos acechan. No obstante, creo que sobre esto es capaz de alzarse la sensibilidad y la profundidad, el valor y el sentido que afloran espontáneos en una conversación casual entre desconocidos.

A mí también me encantó pasear contigo y conocerte y sentirte cerca.

Javier.

No sé el tiempo que pasé sujetando las cartas sobre mi pecho y respirando a tropezones. Tampoco recuerdo lo que había tras la ventana y si hacía frío a pesar del invierno. Las doblé bajo el delantal y subí corriendo las escaleras.

-Mamá ¿qué año fue cuando la yaya estuvo en aquel balneario francés para descansar?

-Ay hija, no sé… Ya sabes lo culillo de mal asiento que era tu abuela. Siempre viajando y haciendo de las suyas. No la disfrutábamos ni un mes completo. Suspiró.

No sé, no sé… A ver, eso fue después de volver de Estados Unidos y visitar a los Kane. El año de las torres gemelas, creo.

-O sea, en el 2001. Hace un par de años.

-Si no recuerdo mal, sí. Y ¿para qué quieres saberlo?

Sonreí.

-Ah, por nada… Simple curiosidad.

 

Relato corto. Taller de Escritura. 10 de enero de 2009.

(En esta ocasión, el ejercicio consistía en escribir un relato con dos remitentes. Decir que como soy fetichista de mis recuerdos y guardo absolutamente toda la correspondencia que he recibido durante años y hasta algunos fragmentos de las cartas que escribí, la primera carta utilizada es real -incluidos el lugar y la fecha- y la tomé prestada de un relato anterior; en cuanto al segundo remitente, comentar que he intentado hacer un pequeño homenaje a varias voces que han llenado mi vida a través de sus palabras. Las fotos que acompañan son de Elliott Erwitt  http://www.elliotterwitt.com/lang/es/index.htm

Las hice en una retrospectiva que se celebró en Mallorca en el año 2006. Me gusta el desenfoque y los reflejos del cristal. Soy mala fotógrafa, pero a veces el resultado me satisface.)

2 comentarios:

  1. Me encanta la idea de que seas una ciudad, cielo de Estambul, noche bizantina.

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  2. Bellisimo relato, de verdad.
    Me quedo con una frase:arrastro mis huesos sobre el recuerdo de dias mejores....

    Precioso Ana, millones de besos.

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