lunes, 19 de enero de 2009

SIN TECHO


Aquella mañana de diciembre, Pachi enrolló el colchón, prendió el hornillo y calentó a oscuras la cafetera mientras escuchaba las noticias de las siete. Había llovido. Olía rancio. La voz blanda de Lola enumeraba las cuestiones del día, destacando la iluminación del puente que desembocaba en el zaguán de la casa número treinta y tres; su hogar desde hacía un año. El evento tendría lugar a las ocho, confirmó. Pachi escuchó completa la noticia hasta que el hervor del café le trajo de vuelta. Derramó el mejunje sobre su taza desteñida, consultó el reloj que se lamentaba desde el suelo atascado a las doce y anotó en su libreta la hora prevista. Luego barrió la calle con la mirada, persiguió el rastro de los coches y suspiró hondo. Desganado, organizó la despensa sobre la mesa plegable, amontonó las latas de conserva, recogió las migajas y anudó la bolsa de los desperdicios. Después, apagó la radio, retiró los cartones de la reja reblandecidos por la lluvia y cubrió con una manta raída sus pertenencias. Estiró brazos y piernas, se sacudió la chaqueta y las canas, se enganchó su libreta al cuello y salió a caminar. Era temprano, pero comenzaba a sentirse el trajín del mercado. Las furgonetas en fila india destapaban sus mercancías frescas rezumando un dulzor resistente a la humedad. Fregona en mano, Jacinto, borraba los rastros de lluvia mientras saludaba a Pachi que asentía con la cabeza. Pásate luego que te guardo unas cuantas, pregonó señalando una caja de golden brillantes, como enceradas. Pachi se tocó el corazón y le devolvió una sonrisa amarilla y cálida.

A la misma hora, Antonio repasaba su agenda, mientras Carmen le preparaba el desayuno. La calefacción empeñaba los cristales y calentaba el parquet. Incómodo por el parpadeo que arrastraba desde hacía unas semanas, ensayaba una sonrisa en el espejo del baño, se ajustaba la corbata y derramaba más perfume del necesario sobre la calva y las manos. La ocasión lo merece, murmuró cerrando el frasco. Esa tarde, acompañaría al alcalde en la inauguración de la iluminación del puente, una iniciativa que se unía a las intervenciones programadas por su área para embellecer los elementos arquitectónicos más emblemáticos de la ciudad.

Cogió el maletín, guardó las llaves en su chaqueta y besó a Carmen estrechándola por la cintura. Ella le preguntó si había tomado su dosis de lexatín y le recordó la cita con el neurólogo. Si el tratamiento no funcionaba, tendrían que inyectarle algún relajante en los párpados para eliminar los espasmos. Antonio asintió y cerró la puerta con suavidad, dirigiéndose hacia el ayuntamiento.

A media mañana Pachi se cruzó con Adela que detuvo el coche y le animó a pasar por el centro a tomar un baño, recoger ropa limpia y saludar a los compañeros. Agradeció su empeño y coqueteó escribiendo frases cortas a gran velocidad. De regreso a casa, se detuvo en el mercado a recoger las manzanas y una porción de queso suficiente para acompañar el obsequio de la panadera, tres pitufos recién horneados y dos roscos de vino. Tocaba merendola y una buena siesta. La manta y el tacto de la ropa aseada le ayudarían a conciliar el sueño.

Tras el almuerzo con el alcalde, Antonio dudó entre visitar al neurólogo y hacerse unos largos en la piscina más la sesión de termas. Desechada la primera opción, se dirigió al gimnasio. En su particular oasis y durante los diez minutos que permaneció flotando a cuarenta y dos grados, desapareció el parpadeo y sobrevino la calma. Con la carne floja y las muñecas adormecidas, recordó nuevamente la tranquila vida del funcionario y se preguntó qué estaba cambiando. Poco después, maqueado y rebozado nuevamente en perfume, guardó sus enseres en la taquilla y efectuó una llamada a su secretaria para confirmar las previsiones. Consultó el reloj y se dirigió hacia el puente. Las luces navideñas le recordaron que aún no había comprado los regalos a las niñas y que, en breve, llegaría el coche de Carmen al confesionario. Pensó en ella e improvisó una excusa sobre su ausencia en el neurólogo. Estaba convencido que tras las críticas de prensa por su encomiable trabajo en el ayuntamiento, no serían necesarios los pinchanzos para detener el tic.

Al llegar al número treinta y tres, Pachi, descubrió que el puente había sido tomado por una decena de operarios que comprobaban la dirección y la intensidad del alumbrado. Sus escasas pertenencias habían desaparecido. A cambio, una pegatina azul con el teléfono y la dirección de los Servicios Sociales indicaban su paradero. Sin soltar las bolsas se dirigió hacia el que parecía el jefe y escribió en su libreta ¿sabes por qué se ha llevado mis cosas? El mandamás lo miró y le preguntó sin leerlo qué quería. Él insistió señalando la nota y el zaguán con la mano libre, pero la única respuesta que obtuvo fue un primer plano del cogote de su interlocutor reclamado por un ayudante. Pachi desistió, regresó arrastrando sus deportivas y se desinfló sobre la verja.

Pasadas las siete, aparecieron los primeros medios convocados por el gabinete oficial. Las autoridades municipales no tardaron en llegar. Entre ellas, Antonio, que pasó apresurado ante Pachi sin percibir su presencia. Diez minutos previos al encendido, el alcalde alabó el proyecto y los esfuerzos sumados para conseguir una iluminación sostenible respetuosa con el Medioambiente. Pachi buscó en su libreta la pregunta inútil y se dirigió hacia Antonio sin encontrar resistencia. Se miraron. El alcalde, en un gesto de gratitud, delegó en Antonio los privilegios y él, recurriendo a su sonrisa ensayada, accionó el mando. El reloj de San Pablo marcaba las ocho. El cielo crujió seguido de un destello violeta que explosionó en sus manos. Los treinta y seis proyectores centellearon sobre el puente y se apagaron al unísono. El suelo tembló y la descarga eléctrica alcanzó a Antonio que se desplomó ante la mirada atónita de los asistentes. Comenzó a diluviar entre un combate de truenos ensordecedor. El pánico se apoderó de la audiencia que empezó a correr buscando refugio. Todos huyeron, excepto Pachi, que libreta en mano, permaneció inmóvil observando la silueta arrugada de Antonio. Esa noche ninguno de los dos descansaría en su cama.

Relato corto. Taller de Escritura. 17 de enero de 2009.

(En esta ocasión, el ejercicio consistía en escribir un relato a partir de dos personajes previamente trabajados en fichas. Los míos aparecieron tras leer, en las páginas principales de un periódico local, dos noticias que me resultaron curiosas por el contraste que suponían, la inauguración de la iluminación millonaria de un puente de mi ciudad y el alto porcentaje de "sin techo" que requería auxilio por el aumento del frío en diciembre. Y así fue como aparecieron Pachi y Antonio... y, desde entonces, casi no puedo dejar de escribir sobre ellos...)


3 comentarios:

  1. Es cuando los personajes se tornan en nuestros mejores amigos, enemigos, familia, vida, una partecita o gran parte de nosotros.

    Me encanto la foto de esa cama, me produjo varios sentires.

    Besos y Saludos

    M*

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  2. Al final de relato "existen" dos Antonios?....Cito textualmente "Todos huyeron, excepto Antonio, que libreta en mano, permaneció inmóvil observando la silueta arrugada de Antonio"....quizás es la imagen póstuma, ectoplasmatica observandose desde un plano alterno....en fin, el relato es intrincado, quizás para algunos difícil de seguir, un laberinto de puntos apartes e historias cruzadas... la critica (constructiva) es que debe estar un poco mas sumergida en la imperfección de lo sencillo.

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  3. jajaja... me despisté...(soy un poco desastre...) Ya está arreglado! Era Pachi quien estaba libreta en mano observando a Antonio tumbado en el suelo...


    Gracias! Me encantan tus críticas...

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