sábado, 14 de marzo de 2009

LA HORMIGA, LA CIGARRA Y LA CRISIS DEL SECTOR


Yo tuve un negocio de postales con dos empleadas.

La una se pasaba el día enterrada en papeles. Tenía las mejillas acartonadas y la nariz afilada soportando unas lentes redondas que bailaban noche y día sobre un desfile de números rojos interminables. Se preocupaba por la economía de la empresa. Por la mala economía de la empresa. A veces, las cuentas iban tan mal que ponía dinero de su bolsillo para mentirme sobre las ventas. -Han sido cinco- suspiraba al teléfono -Para ser lunes…- Luego enmudecía hasta que me escuchaba asentir con sus propias palabras -Claro, para ser lunes…-

La otra, sonrosada y cantarina, alegraba las mañanas de invierno contagiando de color los días sin sol, sin sabor, sin clientes y sin beneficios.

-Niña, alegra esa cara- le decía la otra a la una contando maravillas sobre el último estreno de cine, las delicias del menú vegetariano compartido con su profesor de yoga o los cuarenta y seis minutos cabalgando sobre su nueva conquista.

Los días que cerraba caja (muchos menos que su infatigable compañera) era la encargada de mentirme sobre las ganancias del negocio. -Hola Marina ¿qué tal va todo? Por aquí es casi primavera ¿Te he dicho que en casa ya huele a azahar? Cristóbal te echa de menos. Ha retirado de la carta el Hendrix con pétalos de rosa porque no soporta servirlo para otra que no seas tú… Ya sabes cuánto le gustas…

La dejaba hablar y chisporrotear como el gas de la coca-cola, escuchando encantada sus palabras efervescentes.

Con ella nunca hablé de ingresos. Al menos, en términos económicos. Me contaba cómo y cuándo el señor alto inglés con acento alemán se enamoró del Klee de los circulitos pequeños y compró postales para su nieta; o lo que había ganado el Rothko desde que lo cambiaron de sitio y absorbía el sol filtrado por la ventana; o las felicitaciones anónimas del blog por las novedades de la nueva temporada.

Llegó la primavera y “El rincón de Marina” celebró su primer cumpleaños con una vela prestada y nuevos reclutas para el regimiento rojo. Seguíamos en bancarrota.

Ese día, la una, prefirió quedarse en la trastienda haciendo balance de la temporada y la otra, lo celebró con el único cliente fiel que no nos había abandonado. Cristóbal, el encargado del bar de enfrente, llevó la botella de Hendrix a la tienda y lo sirvió con finísimas rodajas de pepino en unas copas de cóctel azul cobalto. Se cruzaron los brazos (según me contaron luego) y brindaron por el futuro. Pero el conjuro no funcionó.

Al mes siguiente, el banco me obligó a hipotecar el negocio. Intenté compensarlo minimizando costes y congelando los sueldos. Tampoco sirvió. Ni siquiera el tres por dos nos libró del desahucio.

El martes pasado me decidí. Me decanté por una de mis empleadas. Me hubiese gustado apostar por la otra, la sonrosada y cantarina, si la una no hubiese suplicado compasión por los días de sacrificio sin beneficio, las noches en vela y la extrema fidelidad a la causa y, sobre todo, si la otra no me hubiese animado a emprender nuevos proyectos, asegurado que seguiría bien y agradecido las merecidas vacaciones.

No sé por qué lo hice. No fue la solución. Esta mañana, me llamó Cristóbal para contarme la irreversible desgracia de la una. Él mismo se ha encargado de colgar el cartel del cierre definitivo por defunción.

Al final, el prozac, tampoco pudo salvarla. 

Relato Corto. Taller de Escritura. 14 de marzo de 2009.

(En esta ocasión, el ejercicio consistía en escribir un relato sin temor al "plagio creativo", reformulando un cuento, una historia contada o una fábula conocida.  Yo elegí a La Fontaine y su archiconocidas cigarra y hormiga; siempre deseé cargarme a la hormiga...)


1 comentario:

  1. Qué bonita fábula!! Aunque te deja un sabor amargo... a lo mejor lo quitaría ese Hendrix con pétalos de rosa, no? Muero por probarlo

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