sábado, 21 de marzo de 2009

UNA BONITA HISTORIA DE AMOR

Me camuflé en la biblioteca buscando tregua al sol excesivo adelantado al mes de marzo. Supuse que a esa hora, más propicia para unas cañas que para unos libros, mi refugio estaría vacío. Me equivoqué. Crucé la sala despacio esquivando miradas y me senté de espadas al ventanal del fondo, junto a una rubia en tirantes que leía un libro. Fue la única que no se inmutó. Respeté la mochila sobre la silla de su derecha y alcé la mía para evitar distraerla. Ubicado y con el muestrario de test expandido sobre la mesa, descubrí que se entretenía volteando una entrada de cine entre los dedos. Al quinto intento, fijé el nombre de la sala y el título de la película. La suya tampoco estaba numerada y tan sólo me había adelantado un par de días para ver “El Lector”. Recordé la obsesión de Hanna, su protagonista, e imaginé que la joven desconocida también penaría escuchando historias de amor. Tras soñarlo, retomé el estudio sin ganas y a la quinta equis, me volví a despistar. La culpable se giró para buscar una carpeta en la mochila y nos cruzamos. Tenía los ojos verdes, cargados de puntitos (que lo mismo eran grises o malvas o verdes también) y la sonrisa pequeña. Me observó sin mirarme y sonrió regresando al libro y aplastando la entrada de un golpe certero. Mi manía a cuestionarlo todo y a no creer en el destino, chocó de frente con la segunda casualidad. Al pasar los folios de la carpeta comprobé que usábamos la misma impresora y reciclábamos las hojas de muestra que estampaba la dichosa máquina, cada vez que iniciaba una nueva impresión. ¡Oh capitán, mi capitán! Tan sólo faltaba que estuviese leyendo a Whitman, pensé. Pero la rubia y sus ojos moteados seguían ignorándome. Regresé a mi infatigable misión de opositor cuarentón asumiendo la derrota y entonces volvió a ocurrir. Utilizó un puntafina turquesa para subrayar sus apuntes, rodeando con un círculo certero cifras y porcentajes. Miré mi stabilo del mismo color y me giré acalorado para ocultar la cara de panolis y convencerme de que no estaba soñando. Uff… Ya iban tres.
El calor o el hambre comenzaron a nublarme la vista cuando, la belleza rubia se levantó ajustando una falda de tablas que aireaba las mejores piernas tostadas que podía merendar. Embutidas en unas medias café rodearon la mesa hasta un contenedor para reciclar papel situado enfrente. Se agachó aplastando una montaña de hojas, recortando la distancia entre la falda y las bragas y no pude evitar forzar las dioptrías y mostrar las mismas torpezas que a mi oftalmólogo. Entonces ocurrió. Una carrera de puntos blancos comenzó a extenderse por el muslo izquierdo a una velocidad extrema paralizando mis pulmones hasta la pantorrilla. Cerré los ojos y me castigué recordando las opciones de la pregunta once. Aquello era demasiado para un soltero mediocre y solitario. La desnudé al completo encomendándome a todos los santos que rezaba mi anciana madre y convenciéndome de que no podía ser cierto. Sus ojos moteados, su melena, su falda, sus muslos… Me levanté azorado para prestarle ayuda sin saber qué decir y al girarse chocamos en el mismo gesto.
-Perdona, tienes una… (me miró por primera vez) carrera en las medias.
Se palpó en el sitio exacto, girando el cuello, obligándome a colarme en sus tetas donde reposaba una diminuta cruz de madera. Me miró sorprendida (sus ojos se agrandaron y se llenaron de manchas) y, sin mediar palabra, se acercó a la mesa, enganchando la mochila a un hombro y sujetando la carpeta y el libro en la mano contraria. El tiempo se detuvo, las casualidades dejaron de existir y aquella Lolita endiabladamente guapa escapó con la misma rapidez que habían saltado los puntos en sus medias. Sin ánimo para rechistar, regresé aturdido a la mesa del panolis, retomé la pregunta once y prometí olvidar lo que podría haber sido una bonita historia de amor. 

Relato Corto. Taller de Escritura. 21 de marzo de 2009.

(En esta ocasión, el ejercicio consistía en escribir un relato teniendo en cuenta la iluminación, es decir, cómo contamos la escena; A veces, pretendemos deslumbrar al lector, con palabrería y circunloquios que no llevan a ningún sitio y otras, lo dejamos a oscuras, porque iluminamos mal la escena, dando por supuesto, que el lector maneja ciertas cosas que conocemos. Para aprender a iluminar teníamos que construir una historia de las tres formas, con exceso, con defecto y con lo que consideramos iluminación justa. Ésta es la tercera versión)

Dedicada a Isidoro

http://aparienciasyvirtualidades.blogspot.com

un maestro de la iluminación de objetos... Fue inevitable, pensar en él.


5 comentarios:

  1. Favor que Vd. me hace señora.

    En cuanto al relato ¿porqué una mujer conoce también a los hombres? ………

    Evidentemente, porque es mujer.
    Lo has clavado.
    Un beso
    Isidoro

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  2. Me ha gustado mucho. Enhorabuena.
    Empiezo a sentir cierta envidia... siempre pensé en apuntarme a un taller de escritura, pero o por falta de tiempo o por una autoestima un tanto mermada, nunca llegué a hacerlo. Así que se agradecen los comentarios finales. Jeje. Bicos!

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  3. Perdón
    La frase es:
    ¿porqué una mujer conoce tan bien a los hombres?
    Porque es mujer
    No sabía como corregirlo
    Otro beso
    Isidoro

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  4. me ha encantado tu relato corto! seguro que vuelvo a visitarte, porque sin permiso te voy a linkear ya mismo. Gracias por este ratito!
    después de la peli leí el libro y lo disfruté un montón.

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