lunes, 29 de diciembre de 2008

CASA HABITADA


Llevo semanas ocultando la verdad. A mi madre, que a su edad no nota la diferencia, sigo enviándole las mismas cortesías telefónicas de tu parte (claro que sí mamá…que sí, que te echamos de menos. Él también. Por supuesto). A Carla también le he mentido. Insistía en invitarnos a pasar el fin de semana en la sierra y le he dicho que te has marchado a una convección en Londres, para promocionar el último modelo de casa inteligente propuesto por tu empresa. Y al frutero, sigo comprándole tus preferidas, un montón de chirimoyas pochas, que cargo del mercado a casa y de allí, al basurero más próximo (ya sabes cómo detesto ese olor rancio a fruta podrida). Además está lo del cartel: “No aparcar en la puerta. Casa habitada. Llamamos grúa”.  Qué ironía… ¿Cómo puedes ser tan cutre? Un triste folio mal escrito y sujeto con celofán mugriento a la puerta de la casa más lista del mercado. En el fondo, tiene su gracia. Aún recuerdo cuando vinieron a instalarla. Toda la mañana repitiendo lo mismo por turnos, para activar los sensores de seguridad: “Abrir-cerrar-abrir-cerrar, bla, bla, bla…” Tecnología punta, señora –dijeron tus asistentes- Y ahora, ya ves ¿qué irán a robar si te lo has llevado todo? Suele pasar, me digo; casi siempre en las películas, pero suele pasar. Un día te despiertas, te diriges a la cocina y sobre la mesa, junto a la cafetera humeante, una nota da por zanjados diez años de matrimonio. Sí que ocurre, pero no a nosotros. No a esta estúpida ilusa que no sabe ni arrancar ese maldito papelajo de la puerta. Lo recito a diario como un mantra reseco al depositar el kilo y medio de chirimoyas marchitas sobre el portalón de entrada. “No aparcar en la puerta. Casa habitada. Llamamos grúa”. Luego cierro aspirando cualquier resquicio de tu presencia: un pantalón olvidado, un muestrario de zapatillas dispares en el salón, las migajas de un atracón de galletas de madrugada, los cojines revueltos, la lavadora sin tender… Pero no te encuentro y no quedan más que mentiras piadosas, una casa demasiado lista y el olor irritante de tu fruta favorita

Relato. Taller de Escritura. 18 de octubre de 2008.

(En esta ocasión, el ejercicio consistía en escribir un mismo relato en primera y tercera persona para comprobar cual funcionaba mejor y por qué; en mi caso, nos quedamos con la escena en primera persona, ya que al tratarse de una secuencia intimista, perdía proximidad al pasarlo a tercera persona. Una curiosidad: el papelajo existe. Está pegado a la puerta de entrada de una vivienda situada en la plaza del teatro Cervantes... Ya veis, la inspiración puede estar en cualquier sitio...) 

5 comentarios:

  1. Ana querida, que grande eres!! me ha encantado tu relato!!! no puedo creer que estés en un taller de escritura!!! me encanta!!!
    Nena, tienes talento para esto, envia un borrador a una editorial en cuanto puedas...después de leer libros y libros te digo que tenemos en ti a una Marian Keyes española! un besito enorme y te añado a mis blogs para seguir leyendote!!!! un beso grande!

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  2. hola :) me encanta lo que termino de leer,realmente muy entretenido y a mi parecer bien escrito,creo que lo noté así porque me quedé con ganas de seguir leyendo,hace tiempo que no caigo en un lugar donde lo que leo realmente me agrada,mis felicitaciones por esto,y cómo me gusta leer y oír españoles...
    llegué a tu blog porque dejaste un comentario a treintañera,es muy buena.
    mi saludo entonces y volveré a pasar,me gustó mucho :)

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  3. Inspiración, creatividad y una pizca de sutileza es lo que deberías solicitar (no a los reyes) si no a los mismísimos dioses del Averno para que te otorguen la gracia divina de escribir morfemas apetecibles.

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  4. Indudablemente la historia es maravillosa. Me encanta haber visto previamente, de tu mano, el papelajo en cuestión, y haber leído de corrido la historia, haciendo caso omiso a la foto que la acompaña y viviéndola de lleno en ese lugarcito que seleccionaste de la plaza del teatro...

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