martes, 9 de diciembre de 2008

DESDE EL LUNES



Llevo desde el lunes intentando escribir unas frases sobre lo que pienso al despertar y tratando de acordarme de las recomendaciones básicas que anoté en clase para abordar el ejercicio en cuanto llegase a casa. Pero pasó el lunes y no lo tuve claro por que no surgieron esos sueños extraños que tanto me gusta contar y que tan pronto me hacen sudar recorriendo un laberinto imposible de escaleras y portalones huyendo de no se quién; que escaparme con Zapatero para investigar los bajos fondos y terminar en un jacuzzi haciendo manitas; o programar una escapada en una habitación flotante plagada de tiburones-grillo… En fin, que llegó el martes y ocurrió, que a media mañana traté de recordar cual había sido esa primera sensación y no apareció nada, excepto el sonido de la alarma vibrátil del último modelo de Nokia que me vendió aquel tipo bajio de Vodafone –qué me gustan los tipos bajitos que saben engatusarme con palabrería y maquinitas raras-. El miércoles, pasó que no dormí apenas y de tanto dar vueltas y restregarme las sábanas maldiciendo la dosis extra de teína del martes, me levanté refunfuñando no sé qué historias sobre calcetines sucios, la humedad del baño y los tacones de la vecina y claro, no había forma de encajar esta ristra de inconsistencias con algo levemente coherente que contar el sábado. El jueves tarde me dije: “De hoy no pasa” y me  procuré el escenario adecuado entre los usuarios de la Biblioteca Cánovas, un montón de mochileros tranquilos regentados por dos cincuentonas repintadas intercambiando menús de Arguiñano. Busqué un hueco junto al ventanal del fondo, en la única mesa disponible. Desenvolví mi montón de hojarasca sucia, los stbilo de colores y limpié con decisión el cristal de las gafas. Luego, mientras brotaban las ideas que estaba segura tendrían que llegar, me entretuve mirando por la ventana y deseando alargar el triángulo soleado que iluminaba parte de la mesa y mi brazo izquierdo e imaginé, entonces, que era un primer indicio de la primavera que tanto añoro desde que aterrizó este otoño de lluvias, morenos desteñidos y montones de propaganda sobre el inicio de cursos y descuentos en los gimnasios. Y se me pasaron las horas trabada en las musarañas, sin intención alguna de maldecirme por nada, por entrometerme en los tics de la rubia de enfrente o calcular la edad del barbudo que leía con lupa la prensa deportiva.

Hoy es viernes, son las nueve y cuarto de la mañana y acabo de encontrar la libreta en la que anoté los puntos necesarios para el ejercicio propuesto: No utilizar palabras gastadas, soltar el texto y, en una fase posterior e incluso en un espacio diferente, ajustarlo y corregirlo; evitar la retórica, las frases hechas y contar algo entretenido; o sea,  nada parecido a lo que acabo de contar. Si es que… ya me lo temía yo, tenía que haber elegido la otra opción: entrecruzar palabras dispares y comenzar diciendo aquella cursilada que tanto el gustó a Jesús cuando la solté: “Tú a lo tuyo y mis manos… mis manos llenas de termitas interminables”.

Primer Ejercicio. Taller de escritura. 10 de octubre de 2008.

1 comentario:

  1. Es de lo mejorcito que se te da, contar las cosas a vuelapluma, comiéndote alguna que otra vocal e incluso trocando una palabra entera por otra, con el vivace inevitable de lo que se hace así, pendiente de mil cosas a la vez. Yo encuentro todo eso maravilloso, y lo que es mejor, reconfortante.

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