domingo, 5 de abril de 2009

LOS MONSTRUOS DE TÍO ERNESTO

-Que sí Elena, que mi tío Ernesto me ha dicho que funciona. No pierdas el ritmo y mueve el pié rápidamente como si patalearas el suelo.

-Eso es imposible. Mi manta pesa un montón. Y la colcha. Y la sábana. Yo no puedo con un solo pie. Y con el otro, ¿qué hago?

-El otro lo dejas quieto. Y de vez en cuando, cambias.

-¿Estás seguro de que así se irán los monstruos?

-Mi tío Ernesto me ha contado que a su casa llegaban los peores. Uno verde con un solo ojo y los dientes en punta. Echaba espuma por la boca y, cuando se enfadaba, arañaba las paredes con las paletas y babeaba las cortinas.

-Puag… Es asqueroso. Los que entraron anoche en mi cuarto tenían cara de payaso y boca negra, los ojos se les volvían transparentes cuando intentaban hablarme, y desaparecían.

-¿Hacían magia?

-Todos los monstruos hacen magia, Pablo.

Elena abrió los ojos y soltó el aire como los buzos, como los muertos que regresan a la vida sin avisar. En su cabeza, Pablo, con el traje de Spiderman y botines rojos, seguía contando las hazañas de su tío Ernesto. Recordó las alas de gomaespuma, la camiseta a rayas, las antenas, la corona y la foto del parque. Su disfraz de abeja Maya había conseguido arrebatarle el primer premio a la Bella Durmiente y, aunque Spiderman no había tenido la misma suerte, no se había despegado de su lado, por mucho brillo en los labios que luciese la señorita Bella. Miró el reloj. Era lunes. Antonio no había regresado y en dos horas comenzaba su turno. Se levantó a oscuras y cruzó el pasillo. La puerta de los niños estaba entreabierta y la lamparita encendida. Comprobó que dormían y siguió hasta la cocina.

-Pues mi tío Ernesto dice que, la noche que desaparecieron los suyos, fue cuando terminó pronto de hacer los deberes, ayudó a su madre a poner la mesa y cenó espinacas.

-A mí me gustan las espinacas.

-A mí no. Pero mi tío Ernesto dice que los monstruos desaparecen cuando te portas bien.

Abrió el lavavajillas y ordenó los platos, los vasos, los cazos y los cubiertos, repasando con una bayeta los restos de humedad. El aroma a limón se expandió por la cocina. Fue al lavadero y destapó la cesta de la ropa sucia. Separó cuidadosamente la más pequeña y la introdujo en el bombo. Olfateó el suavizante y el detergente, los cajetines de la lavadora olían a Nenuco y lavanda.

-Eso es mentira. El domingo repartí las chuches con mi hermana, me bañé sin protestar y me acosté a las nueve.

-¿Y qué pasó?

-Que vinieron. No pude verlos, pero los escuché. Se reían bajito y bailaban de puntillas.

-Los míos no bailan.

-Mejor para ti. Dan más miedo.

Programó la lavadora a media carga, se sentó en la cesta y anotó con lápiz en un bloc: cereales, yogures de fresa, macarrones, aceitunas rellenas, azafrán, arroz…

-¿Y te dan mucho miedo?

-A veces, sí. Un poco.

-¿Pues sabe qué te digo?, que voy a luchar contra ellos con mis superpoderes para que te dejen en paz. Le voy a preguntar a mi madre si esta noche puedo dormir contigo.

Sonaron las llaves, el crujir de la puerta y unos pasos bizcos contra el perchero. Antonio había regresado. Elena soltó el lápiz y no supo si mover los pies o seguir siendo buena. Hurgó entre visillos, contó cuatro luces y dudó a quien llamar. Cerró los ojos apretando los párpados. Lloró. No por lo que vendría, que no era nuevo, sino por lo que hubiera pasado si aquella tarde la mamá de Pablo hubiese dejado que Spiderman la defendiera.

Relato Corto. Taller de Escritura. 4 de abril de 2009.

(En esta ocasión, el ejercicio consistía en continuar el principio de historia que presentamos en el taller anterior teniendo en cuenta el final. El cierre de un relato debería ser como la guinda de una sabrosa tarta... Aunque a veces no sea dulce...)

3 comentarios:

  1. Ojalá todo el mundo tuviese este tipo de monstruos que te perdonan si te portas un poquito bien (o eso dice Ernesto).

    ResponderEliminar
  2. hay uno bajo mi cama, siempre

    preguntale al tío Ernesto si tiene algo que ver con el asunto.

    ResponderEliminar